domingo, 13 de marzo de 2011

EL VALENCIA TOCADO Y HUNDIDO


El Zaragoza se llevó por delante a un Valencia indolente, que caminó por La Romareda arrastrando los pies y no alcanzó nunca a descifrar ni el mayor deseo ni el fútbol combinatorio que el equipo de Javier Aguirre tejió desde su primacía en el medio campo. El equipo de Emery se presentó en el choque con el interés mínimo de llenar el acta o comparecer sobre el césped. Cuando quiso rehacerse, no encontró forma. Su palidez constituye el primer o el último síntoma del síndrome de Gelsenkirchen, una incomodidad con la que habrá de manejarse en lo que queda de Liga. Frente a la impresión de equipo amortizado del Valencia, el Zaragoza tenía sangre en el ojo. Pero no en el sentido viril o desaforado, sino en el conocimiento de lo que estaba en juego. Y en la conversión de esa necesidad en armonía de juego: en la primera parte ganaba 2-0. Acabó metiendo cuatro, un festín desconocido en un año de desesperación.

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